domingo, 21 de septiembre de 2008

.Chicos explotados manejaban veneno y excrementos.

Ayer, durante un procedimiento, contaron detalles sobre las tareas que hacían

Viernes 25 de abril de 2008 | Publicado en edición impresa
Ayer, durante un procedimiento, contaron detalles sobre las tareas que hacíanLos niños explotados, entrevistados por una trabajadora social Foto: Silvana Colombo

Rodrigo, de tres años, hace lo mismo que otros chicos de su edad: va al jardín de infantes y juega durante casi todo el día. Lo único diferente es que, además de todas esas cosas, Rodrigo trabaja.

Su tarea, durante dos horas por día, consiste en recolectar huevos en el galpón de una granja avícola del partido de Exaltación de la Cruz.

Así se lo contó a LA NACION y a una asistente social del gobierno de la provincia de Buenos Aires ayer, durante un procedimiento realizado por distintos organismos del distrito bonaerense en un establecimiento de la empresa Nuestra Huella SA donde trabajaban seis menores de entre 6 y 14 años, miembros de las familias de otros empleados.

En esa misma granja, la Justicia había hecho un procedimiento hace exactamente una semana, con el que comenzó una causa por el delito de servidumbre.

Además, ese día, el Ministerio de Trabajo intimó a que presentara la documentación correspondiente para 24 trabajadores en un plazo de cinco días hábiles. Como ese plazo terminó ayer, unos funcionarios de esa área se acercaron a la granja y recibieron documentación de la empresa, que, al cierre de esta edición, era analizada por el Ministerio de Trabajo para comprobar si estaba en regla.

Además, las autoridades vieron que las condiciones en las que trabajaba el personal eran todavía muy precarias y que los niños seguían en el lugar realizando tareas para la empresa.

"Juntar huevos no me gusta mucho, por el olor", describió Yeni, de cuatro años.

En el galpón en el que trabajaban los niños, se respira un hedor nauseabundo. Allí, todas las mañanas, en medio de miles de moscas, Yeni recolecta algunos de los huevos que ponen las más de 70.000 gallinas que hay en los siete galpones.

Noel S., de ocho años, es amiga de Yeni, vive en la misma granja y trabaja una hora por día. "A veces, falto a la escuela para juntar huevos", contó.

Además de juntar huevos, los niños que tienen más de seis años, por una suerte de regla tácita, barren los pasillos y sacan los excrementos de las gallinas, que se usan para abonar la tierra.

Valeria, de seis años, prefiere hablar de los juegos que más le gustan antes que del trabajo. "A la tarde juego a las escondidas", relató con una sonrisa. Su semblante cambia cuando le preguntan por los descansos durante la recolección que hace a la mañana. "Paramos una vez a tomar leche", dijo.

Noelia ya está en séptimo grado, por lo que su trabajo comienza a las 6 y termina a las 10. Como es de las "más grandes", ella también lleva el veneno para los parásitos.

"A veces, cuando llevamos el veneno, nos arden los ojos y la piel. Si te pasás agua, te duele más. Es refeo", describió.

Ayer, las autoridades provinciales presentes en el lugar convocaron a la Subsecretaría de Asuntos Agrarios para que clausurara el lugar, ya que ése es el único organismo con facultad para realizar un cierre definitivo.

Pero en esa subsecretaría denegaron la clausura. "Los llamamos a las 14 y llegaron pasadas las 18, cuando ya no había luz ni moscas. Entraron, dijeron que no correspondía la clausura y se fueron", contó un funcionario.

La empresa

La granja pertenece a Nuestra Huella SA, empresa que opera en la Argentina desde 1970. En la causa que se inició la semana pasada, Alejandra Graciela López Canela es señalada como la propietaria.

LA NACION intentó comunicarse en varias oportunidades con la empresa, pero allí dijeron que nadie hablaría con los medios. Ayer, el abogado de la empresa, presente en el procedimiento, tampoco quiso hacer declaraciones.

Por Agustín F. Cronenbold
De la Redacción de LA NACION